¿Cómo sonarían Shellac si tuvieran treinta años menos y hubieran nacido en el Mediterráneo como Serrat? La respuesta es Cala Vento. Se les escapa por la boca su alma apasionada, su juventud en pleno ascenso triunfal, y exhuman dudas y furia. Elaboran un tejido rítmico intenso cosido con acordes que no se aprenden en ninguna académica, sólo si has escuchado mucho B-Core. Inventos propios.
Cala Vento han culminado un disco abrasivo, con producción de cemento armado, voz de los Nacha Pop más pop y armonías que son puro John Frusciante encerrado en casa escuchando a Fugazi.
Comienzan el disco con una guitarra acústica donde demuestran que sus canciones se sostienen por sí mismas sin la muralla sólida requerida. Es un juego de contrastes que hubiera sido interesante que lo repitieran a lo largo del disco; el impacto es monumental.
Han inventado la balada rápida, han conseguido que la nostalgia se baile. También hay funk en el disco y literatura urgente que no barata. Ganas de ser inmediatos, sin ser ramplones aunque, en algunos momentos, abusen de la rima consonante.
Lo más curioso es que las mejores canciones (“Remedio contra la soledad”, “Todo” o “Bienvenidos a la tierra”) son temas que aparecen cuando el disco ya está avanzado, así que una vez que has entrado en el álbum te atrapan para siempre. Qué grosor de guitarras y gusto por melodía en “Muerte por ambición”. Y qué cosa tan de indie americano en “La importancia de jugar al baloncesto”, pero resuelta con ese balanceo que les hace tan especiales. Se han ganado, por derecho propio, con este discazo, ser finalistas de #PremioRuido